He vuelto a verte, hoy ha sido por sorpresa, como la primera vez, que nos vimos. Un choque de sonrisas fugaces, estos días en el que el mono me podía, y tenía tu esencia clavada, el sabor de tu olor, he querido comprar toda tu compañía más cercana posible, tus pequeños gestos, guardar tu voz en una jeringuilla para noches más duras y solas. Ha estado genial el chute, impresionante. No conocía sonrisa más adictiva que la tuya. Quería más pero el negocio cerraba y tú tenías que marchar. Se me pasó el ciego de golpe, me estampé contra el suelo. Vi como te ibas con todo lo que necesitaba. Al menos ahora te tengo guardado en mi lista de camellos favoritos. Ahora, ya sabes qué tipo de cosas busco en ti, y rápidamente ya sabes dármelas. Una mirada rápida, un roce, una palabra, mi éxtasis nocturno en recuerdos. Me calmas las heridas aún ser para mí lo más prohibido. Quiero experimentar con nuevas sensaciones, más duras, que el chute me dure más que un par de días. Necesito menos centímetros de tu piel a la mía, que hayan más caricias, que se mezclen nuestros olores. Véndeme un poco más, sé compasivo.
Me has regalado mini dosis algunos días fortuitos, con las que callaba a los remordimientos, pero necesito más y sé dónde encontrarte y en qué lugar. Esta noche, entre la muchedumbre en un local oscuro, como los que frecuentamos los dos, el ambiente que nos atrae y que nos une. Te busco desesperadamente, no logro saciar la sed ni con el burdo alcohol. No te veo, el deseo en mí, va desapareciendo poco a poco en mi, igual que la esperanza. Cuando de repente, ya muy integrado en tú personalidad, sales de entre las luces y con mirada de lince me localizas entonando ese acorde melancólico. Con un poco de dosis resbalando por tus labios, una sonrisa impoluta y burlona. Con velocidad de mil rayos, fui en busca de más, surcando el gentío, sus absurdas habladurías y sus miradas desafiantes con las que intentaban menospreciarme. Alcancé un poco de lo que quedaba de mirada mientras con fuerza, las cuerdas de aquella vieja guitarra empezaban con estridencia, melodías desgarradoras. Mientras, yo iba guardando en film todos tus gestos, el movimiento de tu ropa acorde de tu espalda y tus músculos. Fue la mejor droga que jamás he probado.
Decidí que debíamos hacer eterna esa sensación, y la guarde en el film, como los demás recuerdos y como los demás retratos que había tomado de tu esencia. Ya podía disponer de una pequeña dosis en casos de extrema emergencia, para que aliviase mis desdichas. Pero el momento clímax llegó cuando me encontré dulcemente entre tus brazos, con mil ojos espías, mientras se me aceleraba el corazón por la sobredosis de aquella noche demasiado ebria y supongo que también se debía a que te tuve durante unos segundos donde te hubiera querido toda la noche. Con unas pícaras palabras me enganchaste algo más, sonriendo de nuevo, insinuaste tras aquellas luces tenues, que en privado recibiría algo más que me gustaría.